lunes, marzo 28, 2011

2/14

De la tierra, en el fondo, mascando la arenilla que levantaban todos los zapatos moviéndose a la vez, hasta ahí llegaba, hasta donde tu estabas. Pero, ¿qué hacías tu ahí?, siempre fuiste retraído, pero nunca tanto. Con un vaso de cerveza mirabas como se contorneaban ellas, y así solías llamarlas: “perras”. Sí, tenían faldas pequeñas las muy indecentes, las muy pendejitas. Hasta me dijiste que viste a una sin calzón, pero si todavía son escolares, ¡por favor! Te levantaste a duras penas, pero lo lograste, caminaste junto a la piscina, la fiesta era bonita pues, qué lugar tan elegante, si le habrá salido un ojo de la cara al viejo. Pero hay que agradecer que hiciera la fiesta, y más aún que la hija haya nacido un 14, sino, qué ibas a hacer hoy, yo tal vez hubiera salido con una amiga, pero tú, dónde, te hubieras quedado en tu cama durmiendo, mirando la televisión o pensando en alguna chica la cual nunca le vas a hablar. No lo sé, pero agradece que estemos aquí, ya no tomes tanto. Manchado de polvo y todo seguiste caminando hacia donde había más cerveza, tú no te cansabas ¿no? Te serviste un vaso más, otro, otro, ahí parado, tú solo, no te importaba, sólo querías ir a tirarte al suelo como hace un rato para ver las piernas de las niñas. Claro, como no tienes a quien mirarle las piernas, pobres niñas. Pero regresaste, casi nadie se percató que estabas echado en el piso, por esas piernas, y me llamaste, me dijiste que me echara junto a ti y que la mirara a ella. Sí, a ella, a esa que su falda era tan corta, mírala bien, ahora que baila, ahora que se mueve, ahora que se agacha, se bambolea, ¡ya!, la viste, no tiene calzón pues, la muy zorra, la muy pendejita, está en el colegio aún, pero de pendeja nadie le gana. Me levanté, te miré y me diste pena en verdad, no debías estar haciendo eso, eras tan solitario que eso tenías que hacer, anda baila, anda conversa, no seas tímido. ¡No! me dijiste, me convenciste que así estabas bien, que te aburrías con los otros y que te quedarías viendo a la pendejita sin calzón y a las otras que sí tienen calzón pero que ya casi no tienen falda. Me fui, me alejé, me diste miedo y no estaba equivocado, eras libre de hacer lo que quieras. Pasaron minutos o tal vez horas, te vi de rato en rato que regresabas sólo para tomar algunas copas mas, me diste más miedo aún, sabía que te ponías algo raro cuando tomabas mucho, ya éramos grandes para estar en un quinceañero y el temor por tus reacciones, pero ya estaba cansado de cuidarte. Y llegó la reacción, la peor de todas, sé que ya no te aguantabas, todas esas escolares te volvían loco, con esos vestidos que ya casi no tapaban nada, hasta una no tenía calzón pues, estabas mal y te decidiste a buscar a la sin calzón. Te vi parado a su costado mirándole la cara, era bonita la muy zorrita, la esperabas, tú tímido, pero te atreviste, la sacaste a bailar, y para suerte tuya ella aceptó, no sé las razones y no importan. Te vi bailando, eras el ser más feliz de esa fiesta, te brillaban los ojos. Bailaron una, otra, una más, pero no te aguantaste, eran demasiados años de represión para ti, esa era tu oportunidad y sin mediar mas actos te agachaste, le levantaste el vestido y le plantaste tus manos, ahí, donde no debías, donde sabías que no tenía ropa. Todos miraron, te miraron, la miraron a ella, tú la miraste y en verdad fue lo último que viste también. Ella gritó, vinieron sus amigos, te empujaron, te golpearon, no te podías defender, eran muchos, nadie te ayudó, yo tampoco.
Era 15 de Febrero, el sol empezaba a salir tímidamente y tú, aún mojado y adolorido, permanecías tirado a las afueras del club, yo te trataba de jalar, estábamos en búsqueda de un taxi y nadie más me quería ayudar.

viernes, marzo 25, 2011

1/14




Hace calor. Un 14 de Febrero Marco caminaba por los arenales de Villa el Salvador con ramo de flores en mano, era la 1 de la tarde exactamente, el sol arreciaba más fuerte que nunca, las arenas quemaban y sus pies aquejaban dolorosas ampollas de forma que cada paso que daba era un suplicio. Pero en ese momento no existía dolor alguno que lo pueda detener, era 14 y no habría otro igual hasta dentro de un año mas, tenía que decírselo ese día, tenía que hablarle que ella era el amor de su vida, que sin ella no era nada. Él, un ayudante de vendedor de pescados del mercado, la amaba. Con sus 26 años encima y con el fondo tierra y gris de la arena y el mar caminó Marco durante casi una hora, llegó a la casa, llegó a la puerta, tocó, tocó, tocó y tocó una vez mas, esperó unos minutos y su corazón estaba a mil por hora, ya estallaba, ya chillaba. Pasaron cinco minutos y volvió a tocar una vez mas, mientras tanto la sonrisa se le comenzaba a borrar, los nervios hacían temblar sus piernas, el sudor inagotable que le salía de la frente y las manos, todo eso combinado con el abrazador sol convergía en Marco un despojo humano. Y es entonces que fue mejor que ella nunca abriera, fue mejor que justo en ese momento haya ido a comprar, que se haya encontrado con otro, que Marco no haya visto nada, y que simplemente, con la sonrisa totalmente perdida, se dejara quemar por el sol.
Marco caminó de regreso por las arenas de Villa, ya era hora de almuerzo y su ramo de flores se incineraba. Llegó a casa exhausto, con los pies quemados y con arena en la boca, moría de hambre, se preparó una sopa de pescado y se dio cuenta que eran casi las 3 de la tarde, el día ya había acabado para él. Ese 14 había sido nefasto como tantos otros, como siempre, o es decir, como una noche en que soñó que ella existía, que llegaba a su puerta, que tocaba y que le abría. Soñó que después de cruzar miradas, ella se sintió enamorada, que se abalanzó hacia él y entre ambos tornaron un dulce beso. El primer beso de Marco, lo soñó y fuera de toda verdad si es que esa puerta existiese y si es que tan sólo se hubiera levantado y decidido caminar para decirle que amaba a esa persona que él no conocía, pero que esperaba conocer después de caminar por la arena.
Era 15 de febrero y Marco sólo cortaba más y más cabezas de pescado, eran recién las 4 de la mañana, pero tenía que dejar todo listo para la gente que comenzaba a llegar al mercado. En uno de esos pescado, rompió su cabeza, la estrelló al suelo, reventó sus ojos y finalmente con un machete cortó todo rastro de existencia… rodaron hilos de sangre que se combinaban con el agua sucia y salada del mercado.